miércoles, 16 de agosto de 2023

Los Olvidados: Parte 2


Capítulo II
Josué
Recuerdo aquel día que me libré de entrar a las fuerzas armadas, todo el proceso de captación había iniciado por la mañana, el gobierno informó que todos los jóvenes mayores de edad que no se encontraran estudiando o trabajando tenían que presentarse obligatoriamente en los centros militares.
Yo había cumplido la edad requerida hacía dos meses y al no haber podido ingresar a la universidad no me quedaba otra alternativa por el momento, tenía todas las opciones de ser escogido debido a mi buena estatura y contextura, por ello, mamá rogó a mi padre que busque algún modo de evitar mi inminente ingreso.
Ya se sabía de un movimiento político que se encontraba realizando una especie de revolución social, era una forma de ideología que recién estaba tomando fuerza en esta parte del mundo, nadie estaba muy preocupado ya que lo veían como un grupo de gente más y se creía que no llamaría la atención de más personas, sobre todo en la parte de la capital.
Los pueblos alejados, zonas rurales, aquellos lejos del punto central del gobierno eran uno de los principales lugares donde esta revolución encontraría a sus mejores soldados. Los intelectuales se encontraban en colegios y universidades, ellos eran el cerebro del movimiento que en los lugares lejanos y apartados de los beneficios que los líderes gobernantes daban.
Proponían una nueva forma de gobernar más justa, pero la forma de llegar al poder que ellos creían única era la violencia, en solo un mes ya había conseguido tomar pueblos enteros y poner a algunas ciudades en caos, la mañana en el centro de reclutamiento recién fui consciente de la verdadera dimensión de este problema.
Mi padre salió en busca de su hermano pues mi tío tenía un rango muy importante en el ejército, lo cual era necesario si se quería evitar mi entrada y no vaya a arriesgar mi vida en las batallas que se libraban en ese tiempo.
Mientras que con mi madre fuimos a una escuela militar cercana donde se estaban realizando los exámenes necesarios para enlistarse, estábamos en una larga cola de jóvenes prestos para pasarlos, esto se daba ya que eran tiempos oscuros en los que se necesitaban nuevos soldados. Mi madre estaba a un extremo del patio, mirando a todos lados por lo nerviosa que se sentía esperando.
Horas después mi padre llegó con las buenas noticias para todos, había conseguido que mi tío moviera a todos sus contactos para que no dé los exámenes. Me sentí tranquilo, pero un poco decepcionado al saber cómo funcionaban las cosas, y que solo por tener influencias importantes quedaría librado mientras que otros no corrían con la misma suerte, los privilegios siempre pueden más.


jueves, 26 de abril de 2018

Los Olvidados



Prólogo
Se levantó más tarde de lo común, estaba con un fuerte dolor de cabeza así que luego de darse un baño tomó una pastilla para que la molestia pase, se dirigió a su librero y tomó la novela que había empezado a leer días antes.
Sentado en una banca del parque cerca a su casa a las diez de la mañana todo estaba calmado, parecía que nada podía perturbarlo pues estaba concentrado en lo que leía, por momentos solo realizaba leves movimientos de manos al cambiar de página. Segundos después sintió que alguien se acercaba, luego aquella presencia se sentó a su lado pero intentó no desconcentrarse, finalmente no pudo evitar mirar quién era la misteriosa persona.
-Antes solía leer mucho – interrumpió con una voz cálida y suave. – Cuando era adolescente quería ser escritora y poder vivir de eso, tú sabes, sueños de juventud, ilusionada con vivir del arte y sin muchas complicaciones.
Ante eso, él solo atinó a cerrar el libro y prestar atención a lo que ella decía, no podía ocultar su rostro de sorpresa aunque sentía un poco de incomodidad, común en él ya que no era una persona muy sociable, menos si alguien se presentaba de manera tan abrupta y sin anunciarse.
- ¿Cómo te llamas? – Preguntó debido a que ella se había quedado callada, sentía que era momento de conocer el nombre de la desconocida mujer.
-Me dicen Mila, no es mi nombre, pero así suelen llamarme ahora.
- ¿Por qué dijiste que antes solías leer? ¿Qué ya no lees? – Dijo repentinamente y sin temor a ofenderla.
-Ahora no puedo leer, ni disfrutar de muchas cosas, siempre es complicado explicar la razón. – Pareció extraña aquella respuesta y el desconcierto crecía a medida que avanzaba la conversación.
-No logro entender nada de lo que dices.
Mila soltó una ligera risa y lo miró fijamente pues presentía cuál iba a ser su siguiente reacción: “Eres sincero, por eso fuimos buenos amigos.”

CAPÍTULO I

Luz
Escuchaba el ruido enardecido de los carros a mi alrededor, una de las principales calles estaba cerrada y el embotellamiento vehicular se había trasladado a la avenida por la que siempre me movilizaba. “Un problema más”, pensaba, aunque eso no iba a permitir que mi mente estuviera distraída de mi objetivo principal del día. 
Las ansias habían hecho que duerma poco aunque esta vez más horas de sueño hubieran sido ideales para que el cansancio no se asome en ningún momento, mi hermana menor estaba llorando cuando desperté, no quería ir a su colegio, era la segunda semana de clases y aún no se acostumbraba, mis otras dos hermanas trataban de calmarla hasta que me acerqué y la consolé. Lid era muy apegada a mí lo cual hacía que se pusiera engreída algunas veces.
Ser la mayor de 3 hermanas siempre me trajo mayores responsabilidades en la familia, una de las principales era cuidarlas cuando mi madre se iba a trabajar fuera de la ciudad, era algo que siempre se me hizo difícil cuando estaba estudiando en los primeros ciclos de la universidad, cuando todas crecieron, mi hermana Sofía, la segunda con catorce años, ya podía encargarse de la más pequeña cuando ambas regresaban del colegio.
Mi madre era una persona muy buena, siempre solidaria con todos, nos trataba con cariño y ternura, pero cuando tenía que castigarnos o dar una lección, era firme en sus decisiones y muy directa al momento de hablarnos.
Mientras a mi padre, que trabajaba en la ciudad, solo le interesaban tres cosas: Primero, tener sus comidas a la hora exacta y bien servida, esto tenía que darse en el desayuno, almuerzo y cena, cada actividad suya estaba controlada por su reloj y tenía que darse con exactitud. Segundo, que nadie lo moleste cuando estaba en su biblioteca, era su espacio favorito y muy personal, solo en casos de extrema urgencia podíamos entrar, aunque sea una emergencia o no, igual se enojaba. Tercero, que seamos obedientes.
Esa última era la más difícil de cumplir, mi padre había quedado con la frustración de nunca haber tenido un hijo varón y su educación muy tradicionalista siempre nos causó muchos problemas, como mi decisión de querer estudiar derecho en la universidad, nunca llegué a entender por qué la cantidad de trabas que me puso para poder continuar mis estudios, nunca me compró un libro, tenía que conseguirlos por mi propia cuenta o quedarme en la biblioteca universitaria por largas horas, siempre tenía que estar en la casa a la hora que él indicaba. Muy al margen del hecho que no pude tener enamorado en ningún momento mientras me mantuve cursando la carrera, él no lo permitía, aunque ese no llegó a ser ningún problema para mí pues así me mantenía sin distracciones.